Llegamos al hotel a eso de las 6 de la tarde. Llovía y hacía frío. Era invierno, y por el norte siempre había lluvias. Era una 3º planta y podíamos ver el parque de enfrente anegado por el agua y los coches pasar salpicando violentamente. Se oía detrás de los cristales el agua rugir como si desease entrar y seguir mojándonos. Ella tenía el pelo mojado, y era extremadamente bella.
Me gustaba ver como le caían los cabellos por la cara, mojándosela y cubriéndole sus gafas de pasta negra que tanto encanto le daban. -Debería cambiarme- Dijo, y yo no pude evitar ponerme nervioso. Llevaba meses soñando con su cintura, con su espalda, sus manos, su pelo, su cuerpo. Llevaba meses deseando indagar en los más profundos entresijos de su piel y probar sus más ocultos secretos.
-Será mejor que deshagamos primero la maleta, después nos cambiamos -Dije.
Empezamos a vaciar la maleta. Saqué el portatil de una mochcila que llevaba y puse algo de música, algo de rock. A ella le gustaba el rock, y pensé que le agradaría. Seguía mirándola y seguía enamorado de ella.
-¿Te importa si me pongo cómoda? -Porqué coños lo preguntará, si ella sabe que puede.
-Sí, claro, ya lo sabes.+
Se quitó el pantalón y empezó a ir en bragas por la estancia. Unas preciosas bragas de color morado. Ella tenía esa costumbre y era mi perdición. La abracé por la espalda. No la soltaba, ni quería. Empecé a besarle la nuca y los hombros. Ella suspiró.
La lancé a la cama. Le quité la camiseta. La besé. Nos abrazamos. Bajé mi mano hasta sus bragas y empecé a acariciarla. Ella empezó a jadear levemente. Metí mis dedos por las ingles hasta sus labios. Estaban húmedos y calientes. Me encantaban. No podía parar de acariciarla y besarla. La besaba sin parar: los labios, las mejillas, el cuello, los hombros. La mordía, le hacía chupetones. Nos deseábamos. Acabé por quitarle las bragas. Ella me desnudó. Empecé a chupárselo. Nunca probé un manjar tan dulce y vivo como aquel. Se retorcía. Yo la agarraba con fuerza de la cintura. Me incorporé -Fóllame- me dijo. Aquella noche dormimos uno encima del otro, desnudos, bajo nuestro sudor y jadeos. Nos amamos. Al menos yo sé que la amaba. Y la amaría hasta el fin. Nunca nadie me hizo tan feliz. Mientras, afuera la lluvia no cesaba, golpeando los cristales, silenciando nuestro amor.
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