El coche era un viejo Sedán color ocre, o color mierda como diría él ahora. Se dirigía al mar, a la costa. Sólo quería huir. No se atrevía a otra cosa que no fuese huir. Todos sus intentos de suicidio sólo fueron eso, intento. Era débil, era un cobarde. No se atrevía a volver y decirlo. Detestaba su forma de vida. El viento cortante y frío le retornaba a la realidad y le hacía recapacitar. El viaje hasta la costa aún es muy largo, pero si algo quieres, algo cuesta. Él eligió huir. Tal vez no es su verdadera decisión pero es su elección.
El azul profundo y oscuro, casi negro. El frío que cala los huesos y el alma. La atmósfera que genera incertidumbre y desasosiego. La sensación de impotencia y desprecio. De un desprecio por los demás que nace en un verdadero desprecio a nosotros mismos. ¿Por qué es tan difícil creer en que se puede ser feliz o serlo? No existen oportunidades para los perros viejos, tal vez. No existe la felicidad después de todo. O al menos ella no elige venir a mí aún...
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