Mucha gente se niega a creer que todo tiene un porqué siempre, o casi siempre. Yo he experimentado lo contrario, y quien iba a decirme a mí que el porqué de mis actos iba a ser tan deprimente.
Siempre he querido que todos a mi alrededor estén contentos y felices. Aunque acabé queriendo simplemente pasar desapercibido entre el tumulto sin nada que tener con nadie. Simplemente quise romper todos los lazos que me unen con la gente. Y así fue. Así comenzó todo. Así acabé en aquel mugriento bar junto a otra jarra de cerveza de medio litro, hablando con vagabundos y acabados, que no tienen nada más que una desdichada mujer que les espera en casa, unos hijos que no les quieren y facturas.
-Marco, ponme una ronda, que acabo de salir de trabajar. Necesito beber un poco. –Dijo Nicola entrando en ese momento.
El bar no era muy grande, tenía una especie de doble piso, con una diferencia de 2 o 3 escalones, no lo recuerdo bien si no lo miro. Era un lugar oscuro, pero no olía mal. Siempre sonaba música, no existía el silencio absoluto en aquel lugar. Ni falta que nos hacía, nosotros mismos poníamos nuestra propia banda sonora en nuestra vida. Herrol era el camarero, un tipo joven, serio, amable. No solía tener siempre la misma clientela. Era muy diversa la gente que venía a ver el sitio. Aunque siempre estábamos los cuatro gatos de siempre, en el rincón de la barra, bajo una luz hablando y bebiendo. No sabíamos hacer otra cosa para evitar el pánico que da la vida.
-¿Qué tal tu día Aaron?
-Ahí va, como siempre, mucha grasa, llaves inglesas, lo típico de los talleres.
-¿Y ninguna accidentada a la que cortejar amablemente? Ja ja ja.
-Claro que si Herrol, y que Sara me corte los huevos, no tengo nada mejor que hacer. Marco, otra cerveza.
-Ya va Aaron. Primero paga.
No éramos unos desarropados y desaliñados borrachos. Teníamos clase. Intentábamos ganarnos la vida lo mejor que podíamos. Simplemente ni supimos ver el lado divertido de la vida. Desde crío nos creímos que todo era una mentira, como nos enseñaban nuestros padres, y al descubrirla, no teníamos la voluntad suficiente para sobrellevarlo. No éramos mala gente. Sólo unos infelices que le temen a la vida.
-Bueno chicos, será mejor que me marche, las facturas no se pagan solas. Ya nos veremos otro día. Toma Marco, las copas. –Pagué y me marché.
Las calles de Londres no están tan mal. Hace frío y eso, pero se puede vivir. No os diré por que calles ande, no me las conozco, apenas llevo viviendo dos meses y no creo que aguante un mes más. ¿a dónde iré? No tengo ni idea, ni quiero tenerla. Ya la cagué mucho planeando mi vida y mirad donde he acabado.
El rugido del trafico era apabullante, pero no molesto, se podía oír a la vez a la ciudad respirar. La gente andando, el vaho de los respiraderos, el suelo mojado por la humedad. Los abrigos de las personas. Esos autobuses que pasan frenéticos y no frenan si no se les avisa. Es un caos, un precioso caos de invierno. Odio diciembre. Ando lejos de mi familia, no me importa. He sobrevivido con ellos, creo que sin ellos no debe ser más difícil. El problema ya no es que puedan ser o malas personas. Es el odio que se crea en los corazones. Somos tan vulnerables las personas.
Nunca entendí porque tienen que perdonarse entre ellos. Tal vez necesitamos sentirnos seguros para poder sonreír. El caso es que da igual, la verdad. No sé aún que quiero. Toda una vida vivida y sin saber que he querido jamás ni porque hago las cosas. Es gracioso. También es triste, la verdad. Demasiado. Aunque no me compadezco de mi mismo, no lo necesito. Soy feliz así, punto. O eso creo. El caso es que todo acabará, algún día. Unos irán al cielo, otros al infierno. Otros simplemente acabaremos en una caja de dos metros de pino, a 3 metros bajo tierra. Pero, lo qué nunca llegué a saber es ¿Por qué hacemos las elecciones que hacemos?
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