miércoles, 7 de diciembre de 2011

Prestigio, parte tercera

Miraba intrigado al solista del bar tocar con esmero su oboe. Los camareros pasaban incesantes, frenéticos, pese a ser un ambiente apacible y nubloso. El olor de los cigarros, las colillas, los puros, las pipas de los viejos y mafiosos que allí negociaban sobre cargamentos de cocaína y putas. La belleza del piano llorar. Las copas calientes, la espuma de la cerveza disipada. El vino ya amargo. La gente silenciosa gritando por dentro, entre susurros y balbuceos. Los perros de la calle de al lado gruñendo. La puerta de la trastienda entornada, el sonido de una pelea de borrachos. Toqué el cielo con los dedos y he bajado al infierno. Soy feliz. Me gusta verme hundido en la más profunda miseria y decadencia y saber que he llegado a lo que pocos llegan. Es muy fácil creerse un héroe e intentar subir a lo mas alto. Lo difícil es ser un héroe que asume su realidad dogmática.

Siempre soñé con ser pianista de jazz y aquí me veo, improvisando poemas a la luna y escribiendo cartas de amor a los sentimientos agazapados. A esos lobitos tiernos y asustadizos que aúllan a las farolas las noches frías, en cualquier parque.

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