-¿Alguna vez has hecho daño a alguien?
Suena el tren al fondo del túnel. Otra estación de metro de Nueva York. Sus gentes tras la línea amarilla. La luz del tren coloreando el fondo oscuro del túnel. La voz de la megafonía anunciando el tren y su destino. Las luces fluorescentes de la estancia.
-¿Me estás escuchando?- Dice ella con cierto nerviosismo.
Suena la bocina con fuerza mientras el chirriar de los frenos cesa.
-Perdona, no estaba atento- me giro.
-¿Alguna vez has hecho daño a alguien?
-Todos nos hacemos daño mutuamente, ¿no? En eso se basan las relaciones. Todos cometemos actos y esos actos tienen consecuencias- Digo corriendo mientras entro en el vagón.
No me despido, no miro atrás. No importa. Hay mucha gente en el interior. Mendigos, borrachos, ancianas, trabajadores, estudiantes. Huele a humedad, los asientos tienen ese característico color amarillento de los autobuses de línea. Odio los autobuses de línea.
Miro por la ventana. Todo es oscuro. Sólo en ciertos tramos se puede apreciar apeaderos para los trabajadores y estaciones de vagones donde se ven otras máquinas paradas. Y cables. Cientos de cables y cañerías. Es curioso como la personalidad humana puede asemejarse tanto a un conducto de cañerías.
Llego a mi destino. Me bajo. Otra estación más de metro de Nueva York. Azulejos blancos, megafonías con la voz irritante de una mujer a la que no conoce nadie. Tubos fluorescentes que parpadean, papeles, borrachos, gentes. Mucha gente con sus muchas vidas. Salgo al exterior. No sé donde estoy. Hace frío. No conozco la ciudad que he creado yo. Mi Nueva York: mis calles, mis edificios, mis coches, mis ciudadanos, mis vidas. Es curioso que sea cierto eso que dicen de que uno nunca se conoce a sí mismo, pero siempre conocemos a la perfección las ciudades que visitamos. Ese hastío que sentimos por nuestra ciudad personal y ese amor y devoción por una ciudad desconocida.
-Todavía es demasiado pronto, tranquilo. Pronto te será desvelado todo. Descansa, aún no estás viviendo tu vida.
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