Qué fácil es que digan como vivir, como vestir, como actuar, que comer, que hacer a cada momento. Qué manipulen y programen tu existencia. Yo no estoy hecho para eso. Siempre he preferido verme inmerso en una decadencia más profunda de mi alma siendo un crío inmaduro y egoista, un gilipollas que sufre de delirios de grandeza. La sensación de dar asco gratuito. Ganarse la soledad, el aislamiento más profundo. El éxito de ser nadie y no tener nada que te ate a una vida que se acaba poco a poco, a un ritmo frenético.
Es como la vieja autócnona de autobuses. Esa persona ruín y podrida, que se cree que los dogmas de su época aún están vigentes. No hay nada mejor que mirar por la ventana la lluvi caer sobre la ciudad, los coches pasar, la humedad condensarse formando vaho en los cristales. ¿Lo has sentido alguna vez? Seguro que sí, pero no o sabes. Sí, sí lo has sentido y no lo sabes: esa sensación de grandiosidad al estar al otro lado del cristal viendo una vida ajena que forma parte de tu presente día a día.
Porque aún llegamos a viejos con esa sonrisa de adolescente enamorado. Porque aún miramos con ternura estas paredes que nos han visto crecer. El suelo manchado de colillas y huellas de neumáticos. La vida tan sencilla que tenemos que complicarla para que tenga emoción. Ni yo sé que quiero ya.
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