jueves, 3 de noviembre de 2011

Inmortales

Aún guardo su recuerdo. Aquellas tardes de verano, con el sol a medio caer en el negro abismo, corriendo por orillas y haciendo castillos de arena con nuestros sueños. Teníamos una melodía de piano a nuestras espaldas. Teníamos un mundo por conquistar y mil historias, historias varias. Historias de desconocidos, de amigos, familiares, de luchas perdidas, de batallas a medias. Teníamos un mundo, yo, conmigo mismo, teníamos nuestro mundo.

Supimos serle fiel al tiempo, aullar a las farolas y correr tras los ovillos de lana, correr tras el viento, contra las olas. Arremeter contra los muros de nuestra ignorancia. Y siempre con 20 centimos en le bolsillo y un cigarro, pero no un mechero.

El vaho del café subiendo lento en los amaneceres. Las tardes de otoño, las mañanas de invierno. las carreras por la nieve, su risa. Mis manos frías por el hielo. Una gota de sudor, un recuerdo. Un mundo que aún no he vivido pero sí creado. Un reino que destruí hace siglo y medio. Sólo sé pedirle pausas al tiempo. Ya ni la muerte me teme, ni yo a ella. Tenemos una partida pendiente a esta interminable ronda de ajedrez. ¿Pero sabes una cosa? No, no sabes realmente nada.

Hemos crecido juntos. Hemos aprendido, olvidado, merecido castigos y cumplido servicio y penitencia. Pero siempre con 20 centimos en el bolsillo y un cigarro, pero no mechero. Pero siempre inmortales porque ya está escrito sobre nuestra historia, y eso es algo que nunca se podrá eliminar. Algo que jamás podrá ser modificado. Mentirás sobre ello, te arrepentirás, lo pintarás de oscuro. Dirás que la vida fue injusta. Dirás que fui el mayor error de tu vida. Pero juntos construimos un mundo que jamás será destruido, que jamás será modificado.

Ay, si es que hasta yo me repito. Sólo son interminables peticiones de pausa al tiempo y 20 centimos en el bolsillo. Y ese vaho de café que sube lentamente en las tardes de otoño y las mañanas de invierno. Y un cigarrillo medio consumido en el cenicero. Pero no un mechero.

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