Soy mi propio superhéroe.
-Nunca entenderé porqué la gente cuando carece de recursos para luchar de manera argumentativa contra algo que les hostiga sólo sabe recurrir a la violencia. Me enferma la actitud que tiene la humanidad ante la vida. No agradecen nada de lo que tiene. No valoran su existencia ni el tiempo que tienen por delante. No son conscientes de que se puede morir en cualquier momento por cualquier cosa y no aprecian el presente. Estoy tan harto de las normas y de lo estipulado por una sociedad que no alcanzo a comprender. Me cansa lo frenético que se pone todo. Las prisas, la impaciencia. Las cadenas que se autoimponen cuando no hay motivos. Me quema que la gente sea cobarde y no se involucre en nada… A veces es tan sencillo desconectar que no sé siquiera si vale la pena.
Ella sigue acostada a su lado. Mirándole. La cerveza ya perdió la espuma de anoche. El reloj marca las 4 de la tarde. No hay nada mejor que hacer que perder el tiempo.
-No sé porqué no son capaces de dejarse llevar y aprovechar el momento, de vivir las cosas, de divertirse sin más. Sigo pensando que voy muy adelantado a mi época. Carecemos de moral alguna. Es muy fácil hablar, pero a la hora de la verdad nadie va a dar la cara por lo que ha prometido ni por lo que ha dicho o hecho. Ni siquiera sé porqué me molesto en darle vueltas.
El sol entra por la ventana. Hace buen tiempo, ni frío ni calor. Corre una suave brisa. Afuera la ciudad sigue su curso. Es como si allí dentro, en aquella pequeña habitación el tiempo se hubiese detenido. Un pequeño refugio en una jungla de cristal y asfalto que devora las almas por donde quieran que vayan.
-Eres tan mono cuando divagas.
-No. Simplemente soy un gilipollas que no asume que debe dejar de lado de soñar y sus tonterías y empezar a vivir como uno más.
-¿Y para qué hacer eso?¿No dices tú mismo que hay que ser uno mismo?
-Ya… y es cierto, pero de que me sirve morir por unos ideales si nadie va a recordarme.
-Yo te voy a recordar. Ya te dije que no vas a escapar.
Alcohol, tabaco. No más.
Suena de fondo ‘Devil got my Wife’, de Skip James. La gente sentada sobre los taburetes de la barra. En las mesas del fondo. El camarero de unos 60 años, demacrado, sirve whisky barato a los borrachos asiduos al local. Un pequeño trozo de cielo en el infierno llamado Responsabilidad.
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