-Aprendí que todo crecía lentamente. Que el mundo no se hizo en siete días como nos vende la Biblia. Qué el amor es algo que nos venden de críos pero que nos envenena lentamente. Me enseñó la vida que alumbrar nuestro camino oscuro con orgullo sólo lo hace más oscuro. Ahora sólo me queda sentarme y esperar a que vuelvas. Los trenes pasan, el traqueteo incesable. Las gaviotas gritan tu nombre. Desde este andén veo la playa, el paisaje es bonito. Los acantilados del fondo, la estación a mi espalda. La gente, el cielo nublado, la lluvia. Correr mojados por las calles huyendo del granizo. Vivir sin frenos. Morir contentos con una sonrisa, sabiendo que hemos vivido plenamente. El arrepentimiento que nos envenenó en un pasado. El odio que no supimos ver que realmente era amor. Las noches consumidas en una ciudad, la culpa del alcohol y de tu vulva. Los paseos con un perro bajo pinadas, los cigarros que nunca supe liar. Todo esto no supe decírtelo en su momento, y hoy lo leeras en esta carta que no te escribo. ¿Pero sabes? Soy feliz, aunque huyas, seré feliz. Pero no huyas, el dolor es inmortal. Pero prométeme antes, si acaso pasa, una última copa, un último beso, una última carrera por la ciudad, una última plaza en la que mirar a las estrellas. Seamos la hierba sobré la que no me llegué a acostar. No esperes oir nunca un 'te quiero' de mis labios. No los hay, querer se quiere tantas cosas que ya no sabemos que es querer.
-Pero ¿Por qué me cuentas todo esto?
-¿Por qué no?
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