jueves, 29 de diciembre de 2011

Una noche en mi Nueva York


-¿Alguna vez has hecho daño a alguien?

Suena el tren al fondo del túnel. Otra estación de metro de Nueva York. Sus gentes tras la línea amarilla. La luz del tren coloreando el fondo oscuro del túnel. La voz de la megafonía anunciando el tren y su destino. Las luces fluorescentes de la estancia.

-¿Me estás escuchando?- Dice ella con cierto nerviosismo.

Suena la bocina con fuerza mientras el chirriar de los frenos cesa.

-Perdona, no estaba atento- me giro.
-¿Alguna vez has hecho daño a alguien?
-Todos nos hacemos daño mutuamente, ¿no? En eso se basan las relaciones. Todos cometemos actos y esos actos tienen consecuencias- Digo corriendo mientras entro en el vagón.

No me despido, no miro atrás. No importa. Hay mucha gente en el interior. Mendigos, borrachos, ancianas, trabajadores, estudiantes. Huele a humedad, los asientos tienen ese característico color amarillento de los autobuses de línea. Odio los autobuses de línea.

Miro por la ventana. Todo es oscuro. Sólo en ciertos tramos se puede apreciar apeaderos para los trabajadores y estaciones de vagones donde se ven otras máquinas paradas. Y cables. Cientos de cables y cañerías. Es curioso como la personalidad humana puede asemejarse tanto a un conducto de cañerías.

Llego a mi destino. Me bajo. Otra estación más de metro de Nueva York. Azulejos blancos, megafonías con la voz irritante de una mujer a la que no conoce nadie. Tubos fluorescentes que parpadean, papeles, borrachos, gentes. Mucha gente con sus muchas vidas. Salgo al exterior. No sé donde estoy. Hace frío. No conozco la ciudad que he creado yo. Mi Nueva York: mis calles, mis edificios, mis coches, mis ciudadanos, mis vidas. Es curioso que sea cierto eso que dicen de que uno nunca se conoce a sí mismo, pero siempre conocemos a la perfección las ciudades que visitamos. Ese hastío que sentimos por nuestra ciudad personal y ese amor y devoción por una ciudad desconocida.

-Todavía es demasiado pronto, tranquilo. Pronto te será desvelado todo. Descansa, aún no estás viviendo tu vida.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Nobleza, un título que no se compra en los quioscos.


Mucha gente se niega a creer que todo tiene un porqué siempre, o casi siempre. Yo he experimentado lo contrario, y quien iba a decirme a mí que el porqué de mis actos iba a ser tan deprimente.

Siempre he querido que todos a mi alrededor estén contentos y felices. Aunque acabé queriendo simplemente pasar desapercibido entre el tumulto sin nada que tener con nadie. Simplemente quise romper todos los lazos que me unen con la gente. Y así fue. Así comenzó todo. Así acabé en aquel mugriento bar junto a otra jarra de cerveza de medio litro, hablando con vagabundos y acabados, que no tienen nada más que una desdichada mujer que les espera en casa, unos hijos que no les quieren y facturas.

-Marco, ponme una ronda, que acabo de salir de trabajar. Necesito beber un poco. –Dijo Nicola entrando en ese momento.

El bar no era muy grande, tenía una especie de doble piso, con una diferencia de 2 o 3 escalones, no lo recuerdo bien si no lo miro. Era un lugar oscuro, pero no olía mal. Siempre sonaba música, no existía el silencio absoluto en aquel lugar. Ni falta que nos hacía, nosotros mismos poníamos nuestra propia banda sonora en nuestra vida. Herrol era el camarero, un tipo joven, serio, amable. No solía tener siempre la misma clientela. Era muy diversa la gente que venía a ver el sitio. Aunque siempre estábamos los cuatro gatos de siempre, en el rincón de la barra, bajo una luz hablando y bebiendo. No sabíamos hacer otra cosa para evitar el pánico que da la vida.

-¿Qué tal tu día Aaron?
-Ahí va, como siempre, mucha grasa, llaves inglesas, lo típico de los talleres.
-¿Y ninguna accidentada a la que cortejar amablemente? Ja ja ja.
-Claro que si Herrol, y que Sara me corte los huevos, no tengo nada mejor que hacer. Marco, otra cerveza.
-Ya va Aaron. Primero paga.

No éramos unos desarropados y desaliñados borrachos. Teníamos clase. Intentábamos ganarnos la vida lo mejor que podíamos. Simplemente ni supimos ver el lado divertido de la vida. Desde crío nos creímos que todo era una mentira, como nos enseñaban nuestros padres, y al descubrirla, no teníamos la voluntad suficiente para sobrellevarlo. No éramos mala gente. Sólo unos infelices que le temen a la vida.

-Bueno chicos, será mejor que me marche, las facturas no se pagan solas. Ya nos veremos otro día. Toma Marco, las copas. –Pagué y me marché.

Las calles de Londres no están tan mal. Hace frío y eso, pero se puede vivir. No os diré por que calles ande, no me las conozco, apenas llevo viviendo dos meses y no creo que aguante un mes más. ¿a dónde iré? No tengo ni idea, ni quiero tenerla. Ya la cagué mucho planeando mi vida y mirad donde he acabado.

El rugido del trafico era apabullante, pero no molesto, se podía oír a la vez a la ciudad respirar. La gente andando, el vaho de los respiraderos, el suelo mojado por la humedad. Los abrigos de las personas. Esos autobuses que pasan frenéticos y no frenan si no se les avisa. Es un caos, un precioso caos de invierno. Odio diciembre. Ando lejos de mi familia, no me importa. He sobrevivido con ellos, creo que sin ellos no debe ser más difícil. El problema ya no es que puedan ser o malas personas. Es el odio que se crea en los corazones. Somos tan vulnerables las personas.

Nunca entendí porque tienen que perdonarse entre ellos. Tal vez necesitamos sentirnos seguros para poder sonreír. El caso es que da igual, la verdad. No sé aún que quiero. Toda una vida vivida y sin saber que he querido jamás ni porque hago las cosas. Es gracioso. También es triste, la verdad. Demasiado. Aunque no me compadezco de mi mismo, no lo necesito. Soy feliz así, punto. O eso creo. El caso es que todo acabará, algún día. Unos irán al cielo, otros al infierno. Otros simplemente acabaremos en una caja de dos metros de pino, a 3 metros bajo tierra. Pero, lo qué nunca llegué a saber es ¿Por qué hacemos las elecciones que hacemos?





                                                                                    

jueves, 8 de diciembre de 2011

Prestigio, parte cuarta

Qué fácil es que digan como vivir, como vestir, como actuar, que comer, que hacer a cada momento. Qué manipulen y programen tu existencia. Yo no estoy hecho para eso. Siempre he preferido verme inmerso en una decadencia más profunda de mi alma siendo un crío inmaduro y egoista, un gilipollas que sufre de delirios de grandeza. La sensación de dar asco gratuito. Ganarse la soledad, el aislamiento más profundo. El éxito de ser nadie y no tener nada que te ate a una vida que se acaba poco a poco, a un ritmo frenético.

Es como la vieja autócnona de autobuses. Esa persona ruín y podrida, que se cree que los dogmas de su época aún están vigentes. No hay nada mejor que mirar por la ventana la lluvi caer sobre la ciudad, los coches pasar, la humedad condensarse formando vaho en los cristales. ¿Lo has sentido alguna vez? Seguro que sí, pero no o sabes. Sí, sí lo has sentido y no lo sabes: esa sensación de grandiosidad al estar al otro lado del cristal viendo una vida ajena que forma parte de tu presente día a día.

Porque aún llegamos a viejos con esa sonrisa de adolescente enamorado. Porque aún miramos con ternura estas paredes que nos han visto crecer. El suelo manchado de colillas y huellas de neumáticos. La vida tan sencilla que tenemos que complicarla para que tenga emoción. Ni yo sé que quiero ya.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Prestigio, parte tercera

Miraba intrigado al solista del bar tocar con esmero su oboe. Los camareros pasaban incesantes, frenéticos, pese a ser un ambiente apacible y nubloso. El olor de los cigarros, las colillas, los puros, las pipas de los viejos y mafiosos que allí negociaban sobre cargamentos de cocaína y putas. La belleza del piano llorar. Las copas calientes, la espuma de la cerveza disipada. El vino ya amargo. La gente silenciosa gritando por dentro, entre susurros y balbuceos. Los perros de la calle de al lado gruñendo. La puerta de la trastienda entornada, el sonido de una pelea de borrachos. Toqué el cielo con los dedos y he bajado al infierno. Soy feliz. Me gusta verme hundido en la más profunda miseria y decadencia y saber que he llegado a lo que pocos llegan. Es muy fácil creerse un héroe e intentar subir a lo mas alto. Lo difícil es ser un héroe que asume su realidad dogmática.

Siempre soñé con ser pianista de jazz y aquí me veo, improvisando poemas a la luna y escribiendo cartas de amor a los sentimientos agazapados. A esos lobitos tiernos y asustadizos que aúllan a las farolas las noches frías, en cualquier parque.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Follemos esta noche, por favor

Empezó a besarle el cuello. Ella estaba delante de él, entre sus brazos. El tiempo pasaba despacio lo que les brindaba una oportunidad de juegos. Su piel era suave, su olor único. Su corto pelo atraía a los deseos. Sus desos se deslizaban bajo sus ropas, acariciandole la cintura y los pechos suavemente.

Se giró y le miró. Le beso en los labios. Sus pieles se erizaron, subían sus temperaturas corporales y el tiempo se pausaba eternamente. La empezó a desnudar lentamente. Ella tendida boca abajo, él besandole la espalda desde la nuca hasta el culo.

Se peleaban, mordicos, arañazos, caricias. Sólo necesitaban sus cuerpos y silencio. No son necesarias otras formas de conocerse. No hay formas mejores de conocerse.