jueves, 29 de marzo de 2012

Quiero más noches como esta.

Se pasaba el tiempo y seguíamos tirados en el sofá. Me gustaba la forma de sus piernas. Me ponía cachondo sólo de pensar en como le bajaría el pantalón y la devoraría lentamente.

-Va siendo hora de ir a dormir ¿No?

Ella fue a cambiarse, yo fui al baño a mear y lavarme la boca. Estábamos cansados. Nos metimos en la cama. La persiana bajada hasta el final. La puerta cerrada. Aún podías oír el tráfico que había fuera. Aún estaba amaneciendo. Simplemente nos habíamos quedado en vela toda la noche bebiendo y hablando. Se agradecía los momentos así con ella. Me gustaba escucharla.

Me acosté boca arriba y ella se apoyó en mi pecho. Estuvimos un rato callados, ella con los ojos cerrados, parecía que dormía, pero no lo hacía. Yo simplemente miraba al techo. Me parecía inoportuno hacer nada en ese momento, había ido bien el día y mi experiencia con mujeres no es que sea muy enriquecedora, y ya digamos que he perdido el interes por sorprenderlas. Prefería aguantar el tirón.

Sin más, le di simplemente un beso en la cabeza y me dispuse a dormir, pero ella me lo devolvió y empezamos a besarnos. Me giré un poco hacia ella y seguí besándola. Empecé a bajar mi mano por su cintura y se la puse entre las piernas. En esos momentos se solía estremecer levemente y yo lo notaba, y me encantaba. Me puse encima suya y metí la mano dentro de sus bragas. Nos besábamos cada vez con más fuerza. Con la otra mano la abrazaba. Me agarraba con fuerza. La oía respirar cada vez más fuerte. Le acariciaba lentamente el coño, estaba ardiendo. Terminé por desnudarla, y ella me dijo que me desnudara.

Empezamos a restregarnos. No podía dejar de mirar su cuerpo, cada curva, cada marca de su piel. Sus pechos, sus muslos, sus brazos, su cintura. Podría escribir en cada rincon de su cuerpo con pluma maravillas sobre ella. Realmente era la mujer más sexy que jamás estuvo conmigo. Ella disimuladamente se movía para que se la metiese, y así lo hice. Estaba ardiendo por dentro, sólo podía limitarme a abrazarla con fuerza, seguir besandola y hacer que llegase hasta el final. Nos giramos, empezamos a follar de lado, ella frente mía. Me mordía los labios siempre que podía. Yo le besaba el cuello, los hombros y el pecho. Disfrutaba del sabor de su lengua y de su saliva. Pese a que nos sentíamos como animales en ese momento, había un alto grado de intimidad. No era follar por follar. Para mí aquello era hacer el amor de verdad. No me interesaba correrme yo, sino que ella se sintiese agusto. Y eso paso. Sólo silencio, jadeos, el sudor de nuestros cuerpos mezclado y mordiscos. Las sábanas manchadas.

No sé cuanto tiempo pasó. Puede que fuesen cinco largos minutos o una eterna hora. O más. No lo sé. No me importa. Acabó y éramos felices. Me quedé encima de ella. No quería moverme. Seguíamos besándonos. Para qué más. Así todo estaba bien.

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